El verano de 2003 viajé a Nueva York con un encargo personal: me habían ofrecido costearme el viaje y la estancia a cambio de un trabajo fotografico en Manhattan.Tenía que reproducir el paisaje urbano neoyorkino con mis ojos de pintor; no había premisas, ni encuadres, ni temas concretos, simplemente hacer lo que yo haría si las fotos fueran para mi,para mi trabajo personal.
Superando el pánico primitivo a volar, mi mujer, el que escribe y tres camaras desembarcamos en la isla, combinamos el trabajo metódico con el disfrute de la ciudad. Madrugadas para buscar la mejor luz, el mejor espacio,; largas caminatas (quien haya estado en N.Y. sabe lo que quiero decir) y opíparas cenas.
Hice 3000 fotos, era lo que tenía que hacer,lo que me correspondía. La persona que me las encargó las optimizó, las rentabilizó, y hasta me felicitó por el trabajo .La acuarela que encabeza el texto la hice un año después de la vuelta, repasando las diapositivas que había duplicado ( por si acaso); al hacerlo descubrí algo maravilloso, algo que Matías Quetglas quiere explicaros mejor que yo:
-A veces me desborda la belleza que me envuelve. El campo está hermoso y envidio su esplendor irresponsable. Mejor no competir, mi papel es otro. Si hay un terremoto,mi mano será el sismógrafo y el cuadro la huella del la conmoción.De mi conmoción.
El sentimiento no es materia y el pensamiento tampoco. El valor del Arte está en dejar constancia física de lo inmaterial: dejar señal de vida-
Hice lo que tenía que hacer, me ocupé del encargo y procuré disfrutar con plenitud, me deje desbordar y rendí pleitesía a todo lo que me toca el alma. Ahora en la distancia de los años pocas pleitesías rindo y seguramente no lo haría.
Mi amigo Antonio, fantástico en todo lo que era, seguramente espetaría: o que queira peixes que molle o cú
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